Los otros hábitos de la gente eficaz (Covey)

Concluimos esta sección completando una explicación breve sobre los ocho hábitos que propone Covey
para lograr ser eficaces. Ya se vieron y explicaron los tres primeros: proactividad, empezar con un
fin en mente y establecer primero lo primero. Covey (1997b) señala que al practicar estos tres primeros
hábitos se pasa de la dependencia personal y la victimización, donde básicamente se culpa a los demás
por las cosas que salen mal, a un estado de independencia, en el que la persona asume su responsabilidad
sobre su vida, dándole un sentido y aprendiendo de los errores, sin echar la culpa a los otros.
Los siguientes tres hábitos son los que permiten interactuar con éxito con los demás:
a Pensar en ganar/ganar es partir de una actitud de cooperación y consideración en nuestra
relación con los demás, es establecer un balance entre nuestros objetivos y los de los
demás para lograr el bien común. Es partir de una actitud de abundancia, en la que hay
éxito y felicidad para todos. Lo contrario de este hábito es pensar: “Para que yo gane, los
demás tienen que perder”, pero si se parte de esto, todos terminan perdiendo.
a Buscar comprender primero y después ser comprendido es la esencia del respeto a los demás y se enfoca
en la fuerte necesidad o sentimiento que tenemos de ser comprendidos. Este hábito es la
clave de las relaciones humanas eficaces y posibilita llegar a acuerdos del tipo ganar/ganar.
a Sinergizar es el resultado de cultivar la habilidad y la actitud de valorar la diversidad. La
síntesis de ideas divergentes produce ideas mejores y superiores a las ideas individuales.
El logro de trabajo en equipo y la innovación son el resultado de este hábito.
a El séptimo hábito amplía las capacidades para aplicar los seis anteriores:
a Afilar la sierra es usar nuestra capacidad para renovarnos física, mental y espiritualmente. Es
lo que nos permite establecer un balance entre todas las dimensiones de nuestro ser, a fin
de ser eficaces en los diferentes papeles (roles) que desempeñamos en nuestras vidas.
En Covey (2005) se propone un octavo hábito: “Encuentre su voz e inspire a otros para que
encuentren la suya”. Tiene que ver con encontrar un sentido de trascendencia en la vida, ya que eso
dinamizará los otros siete.

Administración del tiempo

Otro obstáculo a superar para concretar la visión es administrar adecuadamente el tiempo. Ya que si éste se desperdicia en trivialidades y en cosas urgentes pero poco importantes, al final de cuentas se estará gastando la vida en asuntos sin trascendencia y se dedicará muy poco tiempo a las cosas que realmente importan para poder cumplir con la visión personal. Sobre esto, Covey (1997b) establece que el tercer hábito de la gente altamente eficaz es: “Haga primero lo primero”, y señala que lo importante es lo que se debe hacer, que mucho de lo urgente es presionante pero insignificante. Anteponer primero lo primero permite liberarse de la tiranía de lo urgente para dedicar tiempo a las actividades que verdaderamente dan sentido a la vida.

Figura 1.4 Al cambiar nuestros pensamientos se modifican nuestras creencias, y al final nuestra vida.

Para administrar de manera adecuada el tiempo, Covey (1997b) clasifica las actividades de acuerdo con su urgencia e importancia, con lo que resulta la matriz de administración del tiempo de la tabla 1.1. Lo urgente significa que se necesita una atención inmediata, ¡ahora! Las cosas urgentes actúan sobre nosotros, pero hay actividades que, por su propia frecuencia, carecen de importancia y en ocasiones la gente involucrada no se da cuenta. Lo importante tiene que ver con los resultados; algo es trascendental si contribuye a nuestra visión, a nuestros principios, a nuestras metas de alta prioridad.
Ante las materias urgentes, reaccionamos. Las cuestiones relevantes que no son urgentes requieren más iniciativa, más proactividad. Tenemos que actuar para no dejar pasar la oportunidad, para hacer que las cosas que contribuyen a la visión ocurran.

Tabla 1.1 Matriz de la administración del tiempo. 80% de los resultados corresponde a 20% de las actividades.
El cuadrante I de la tabla 1.1 es urgente e importante. Tiene que ver con actividades significativas que reclaman atención inmediata y con frecuencia tienen que ver con crisis o problemas. Por ello, este cuadrante agota y consume a mucha gente. Son administradores de crisis, personas orientadas hacia los problemas, productores que trabajan al borde de los plazos. Cuanto más un individuo se centre en el cuadrante I, más crece éste hasta dominar a la persona. Es como el oleaje: llega un gran problema, lo golpea y lo deja tendido y confuso. Lucha, se pone en pie, y lo único que consigue es quedar frente a otro problema que vuelve a golpearlo y dejarlo tendido. Algunas personas son literalmente acribilladas por los problemas todo el día y cada día. El único alivio que tienen consiste en huir hacia las actividades no importantes ni urgentes del cuadrante IV. De modo que en su matriz total, 90% del tiempo están en el cuadrante I y la mayor parte del restante 10% en el cuadrante IV. A los cuadrantes II y III les prestan atención mínima. Así es como viven las personas que administran su vida sobre la base de las crisis.
Hay otras personas que dedican mucho tiempo al cuadrante III, “urgente, pero no importante”, pensando que están en el cuadrante I. Continuamente reaccionan ante las situaciones urgentes, suponiendo que también son importantes. Pero la realidad es que la urgencia de esas cuestiones se basa a menudo en las prioridades y expectativas de los otros. Las personas que dedican su tiempo casi exclusivamente a los cuadrantes III y IV llevan vidas irresponsables.
Las personas eficaces permanecen fuera de los cuadrantes III y IV porque, urgentes o no, no son cuestiones importantes. También reducen el cuadrante I, pasando más tiempo en el II. La clave para reducir las actividades del cuadrante I es enfocarlas desde una perspectiva diferente; por ejemplo, delegando o facultando para que la gente que está a nuestro alrededor nos ayude con ciertos asuntos rutinarios que son importantes.

En suma, el cuadrante II es el corazón de la administración personal eficaz. Trata de las cosas que no son urgentes, pero sí importantes, como construir relaciones, planificar a largo plazo, ejercitarse, mantenerse alerta, estar preparado, etc. Todas esas cosas que sabemos que hay que hacer, pero que solemos eludir porque no son urgentes.

Superar el conflicto

De lo que se mencionó y que está sintetizado en la fi gura 1.2 destaca un conflicto estructural que de
no superarse puede provocar angustia en la persona, ya que, cuando se pretende alcanzar una visión
personal, las creencias de no puedo o no soy digno paralizan a la persona.
Fritz (1988), citado por Senge (1992), propone tres estrategias genéricas para afrontar el conflicto estructural. La primera estrategia, y por desgracia quizá la más utilizada, es el desgaste de la
visión. Es decir, en esta estrategia se renuncia a lo que se quiere porque no se pudieron superar los
conflictos. Esta renuncia muchas veces se disfraza de una forma en la que la persona se justifica y
parece que fue una decisión que se tomó: “al cabo que ni quería”, “no era lo mío”, “eso no era para
mí”, “mis padres habían decidido por mí”, “mi jefe tuvo la culpa”, etc.). Pero en realidad, detrás de
estas frases se esconde una renuncia a seguir luchando para superar los conflictos.
La segunda estrategia es la manipulación del conflicto, en la cual el estímulo es externo y viene
normalmente del temor al fracaso, haciendo referencia a lo que no deseamos. Ésta es una estrategia
muy utilizada por directivos que tratan de motivar a su gente enfatizando las consecuencias desagradables
que se tendrían si no se alcanzaran las metas de la compañía. Otro ejemplo son los movimientos
sociales que tratan de movilizar a la gente a través del miedo, proponiendo una “visión negativa”.
También hay padres que utilizan esta estrategia “motivacional” con sus hijos: mediante la presión
y castigos cuando el hijo falla en su intento por alcanzar lo que el progenitor quiere. Este tipo de
estrategia no es genuina, porque el individuo no puede vivir con un eterno temor al fracaso; porque
aun cuando alcanza sus metas, de inmediato empieza a tener miedo de perder lo que ha ganado.
La tercera estrategia para superar el conflicto es la fuerza de voluntad (disciplina y pasión) que
consiste en disciplinarse y llenarse de energía para superar los conflictos y los obstáculos que impiden
el logro de nuestras metas. Es una estrategia más genuina y es la que usa la gente de alto desempeño,
puesto que esa fuerza de voluntad surge de los deseos y la pasión por cumplir la meta, por
alcanzar esos sueños. Aunque debe decirse que esta estrategia también tiene sus desventajas, puesto
que cuando la persona se concentra demasiado en los resultados, en el “éxito”, puede requerir un
esfuerzo que le lleve a descuidar otros aspectos de la vida igualmente importantes como la familia, la
paz y la felicidad interior. Para atenuar estas desventajas, Senge (1992) propone comprometerse con
la verdad, entendiendo ésta como tener el empeño para extirpar las maneras de limitación o engaño
que impiden ver la realidad. Asimismo, es importante desarrollar señales de advertencia interna
para no caer en la trampa de que si las cosas no funcionan como nosotros queremos, entonces están
mal, como cuando nos hacemos las víctimas y culpamos algo o a alguien por nuestros problemas o
dificultades: “renuncio porque nadie me aprecia”, “no me comprenden, no valoran lo mucho que
yo hago”. Esto implica ensanchar nuestra percepción de las cosas y nuestro conocimiento interno,
con lo cual regresamos al centro de la figura 1.1.
Así, la estrategia ideal para superar el conflicto estructural de la figura 1.2 es la fuerza de voluntad
con aprendizaje y equilibrio. Son aspectos que tenemos que aprender a desarrollar en nuestras
familias, organizaciones y países. La fuerza de voluntad nos permitirá sacar lo mejor de nosotros,
aquello que nos haga alcanzar metas en las diversas facetas de nuestra vida (laboral, familiar, personal,
comunidad); además, hará que nos apasionemos por visiones genuinas y que, al luchar por
ellas, nos conozcamos mejor y aprovechemos nuestras fortalezas para trabajar en mejorar nuestras
creencias sobre el mundo.

Figura 1.3 Estrategias para superar el conflicto estructural de la figura 1.2.

Entonces conviene preguntarnos: ¿cómo sacar mayor fuerza de voluntad? Claro que la primera
respuesta es que ésta proviene del estímulo que surge de imaginar y hablar de nuestras metas y anhelos.
Aunque conviene pensar de dónde más sacarla. La fuerza de voluntad la da el cerebro y el pensamiento,
pero para que éstos tengan más fortaleza, pasión y convicción, es necesario apoyarse en el lenguaje,
ya que tiene una influencia decisiva en los pensamientos. Por lo tanto, el reto es alinear el lenguaje con
nuestras metas y anhelos. Como señalaba Octavio Paz: “El mayor invento humano es el lenguaje, de
hecho somos lo que nuestro lenguaje es”. Entonces, si nuestro lenguaje interior, oral y corporal es negativo, lleno de flojera y pretextos, estaremos debilitados en nuestra fuerza de voluntad para alcanzar
las metas. En cambio, si establecemos un diálogo interior para estimularnos ante las dificultades, para
reforzar nuestro lenguaje oral y corporal, y para alinearlo con nuestras metas, tendremos más fuerza de
voluntad y estaremos caminando en la dirección que deseamos. Al ir acercándonos a nuestras metas
recibiremos el impulso del éxito parcial. Lo expuesto acerca de cómo superar el conflicto se resume en
la figura 1.3.

El punto de partida para alcanzar el diálogo interior y el lenguaje que potencien la fuerza de voluntad es el pensamiento porque, como señala Maxwell (2003): “Todo inicia con un pensamiento, lo que nosotros pensamos determina quiénes somos”. La gente exitosa piensa diferente de la que no lo es. Una de las principales razones por las que la gente no alcanza sus sueños es porque desea cambiar sin modificar sus pensamientos. Por el contrario, si cambian nuestros pensamientos se modifican nuestras creencias, y si cambian nuestras creencias se modifican nuestras expectativas. Si cambian las expectativas se modifican nuestras actitudes básicas hacia la vida, y al cambiar éstas se modifican nuestros comportamientos. Si nos comportamos diferente y más acorde con ciertas metas, cambiarán nuestros logros y resultados. Con esto, al final es posible cambiar nuestra vida (vea la figura 1.4). Por lo tanto, si lo que queremos es cambiar nuestra vida, en primer lugar debemos definir hacia dónde queremos cambiarla y hacerlo mediante el pensamiento. En resumen si el pensamiento no se modifica no hay cambio.
Cambiar los pensamientos es difícil, pero Maxwell enfatiza que es posible hacerlo. Su libro propone, por un lado, aclarar y enfocar los pensamientos hacia aquellas cosas que realmente queremos, y, por el otro, desarrollar las habilidades del pensamiento. Por ejemplo, sugiere que se tenga el hábito de dedicar tiempo a distinguir objetivos y metas, que se identifiquen prioridades y se aprenda a hacer un lado las distracciones.

Realidad actual

Establecida la visión personal, lo que sigue es que aprendamos a ver con mayor claridad dónde estamos, quiénes somos, cuál es nuestra situación actual en los ámbitos laboral y familiar, y cuáles son nuestros defectos y virtudes (Senge, 1992). Y aunque la visión contraste con la realidad, no debemos desalentarnos ni angustiarnos, porque no estamos en un estado de conformismo y sabemos las cosas que queremos lograr para cambiar esa realidad. Por el contrario, al contrastar la realidad con la visión se encuentra la energía para luchar por los anhelos.

Figura 1.2 Conflicto estructural: dos fuerzas en dirección contraria que nos pueden paralizar.

Aunque el éxito inicia al identificar los sueños y contrastarlos con la realidad, no todo es tan fácil, ya que en el día a día surgen obstáculos que dificultan alcanzar los sueños. Existen muchos tipos de obstáculos, pero quizás el más importante y el que está al alcance de toda persona son las malas creencias personales, algunas inconscientes y otras que a fuerza de repetirlas se han convertido en verdades. Por ejemplo, hay creencias en el nivel inconsciente o incluso consciente, como: “soy un tonto”, “soy malo para tal cosa”, “no puedo con las matemáticas, nunca se me han dado”, “leer y concentrarme no es lo mío”, “no sirvo para comunicarme y participar en reuniones”, “las cosas siempre me salen mal”, “¿yo haciendo eso?, no, eso no es para mí”. O aún peor, adoptar la actitud de víctima y echar la culpa a otros por nuestros propios fracasos, frustraciones y errores. Este tipo de creencias y actitudes impide reconocer los errores en su justa dimensión, no corregirlos ni aprender de ellos. Esto lleva a que la persona se sitúe en una senda de autocondena, se haga la víctima o se autojustifique, lo que a menudo implica mentiras racionales.
Con este tipo de creencias y actitudes, ante el menor obstáculo desistimos en las cosas que queremos y, en consecuencia, se limita nuestra capacidad para alcanzar las metas que más nos interesan.
Esto puede convertirse en un conflicto estructural, como se muestra en la fi gura 1.2, ya que estas creencias apuntan en la dirección contraria a donde se desea ir.
Por desgracia, esas malas creencias y hábitos son parte de la personalidad, y se llega a ellos a través de los años y por múltiples influencias del medio. Muchas veces en la niñez y la juventud se es víctima de un medio con poco apoyo, que limita y reprime, y se manifiesta mediante conductas y expresiones inadecuadas para el desarrollo de la autoestima y el potencial del niño. Por ejemplo, expresiones como: “no hagas eso”, “no puedes”, “no debes”; “eres un bruto, ya se te cayó”; “vete para allá”, “ya no te quiero”, “no te soporto”, “eres un latoso”, “no te puedes estar en paz”, “eres un malcriado”, “eres un burro, mira qué calificación sacaste en la escuela”. Estas expresiones se suman a castigos y normas de conductas poco claras para el niño y el joven. Como si esto no fuera suficiente, los medios de comunicación y la convivencia social en ocasiones refuerzan todo lo anterior con frases como: “somos un país de fracasados”. Este tipo de conductas causa una profunda inseguridad en el niño y el joven, ya que, para ellos, los adultos, sus padres, parientes y profesores son sus héroes, sus modelos de vida. Pero ocurre que estos héroes los rechazan, no los apoyan ni los aceptan, no los estimulan ni los reconocen. En este sentido, las sociedades, los profesores y los adultos, todos, tenemos que aprender a educar en lo que Maturana y Nisis (1997) señalan como la biología del amor. Ésta se manifiesta por una conducta amorosa que acepta al niño y al joven en su totalidad y en cada instante, y sólo corrige su hacer y nunca su ser. En otras palabras, evita las conductas y expresiones que dañen su ser o le quiten legitimidad, y con amor (paciencia, tolerancia, amabilidad, humildad, respeto y compromiso) se capacita al niño en la adquisición de habilidades y capacidades de acción necesarias para lograr su independencia y libertad en la vida. De esta manera, con expresiones y hechos apegados a valores fundamentales como el respeto, la aceptación plena del niño y el compromiso con su capacitación será posible “formar seres que se respeten a sí mismos y a los demás, con conciencia social y ecológica, de modo que actúen con responsabilidad y libertad en su comunidad”.
Ahora que somos adultos, sabemos que todos los seres humanos, salvo situaciones excepcionales de alteraciones neurológicas, por el simple hecho de existir tenemos gran potencialidad y capacidad. Somos capaces de imaginar, analizar, soñar, alegrarnos, esforzarnos, comprometernos; podemos servir, comunicar, convencer, meditar, alcanzar y un largo etcétera.